San Francisco de Asís fue el primero que tuvo la idea de representar el nacimiento de Jesús en el pesebre de Belén; llegó a la gruta de Greccio la víspera de la Navidad de 1223, y fue entonces que, con ayuda de su amigo Giovanni Velita, construyó una cuna y agrupó a su alrededor las imágenes de María, José, el asno, el buey y los pastores que adoraron al Salvador recién nacido.
Esta costumbre, que se ha extendido por todo el mundo, en México tuvo una particular variación: en el siglo XVI se le comenzó a representar teatralmente con el nombre de “Pastorela”
Las pastorelas, creadas a partir de la evangelización, representan pasajes del nacimiento de Jesús y la forma más acabada del teatro popular religioso que heredamos de España
El dramaturgo Armando de María y Campos, en su obra Pastorela mexicanas: su origen, historia y tradición, afirma que «la tradición de las pastorela se remonta a la cuna misma de la lengua», a diferencia de las posadas, que son de origen exclusivamente mexicano. «El teatro pastoral, el de la pastorela, nace en Italia (al igual que siglos más tarde en México) gracias a los franciscanos», recuerda el autor. También dice que los religiosos. “… se sirven de ella, para adoctrinar y propagar la religión cristiana”.
De María y Campos afirma también que la primera de las representaciones de que se tienen noticias en territorio mexicano aconteció en 1533 en Santiago de Tlatelolco, con la pastorela «El fin del mundo».
A los evangelizadores no les fue difícil implantar el drama litúrgico, ya que los indígenas estaban acostumbrados a representar en forma plástica lo concerniente a los ritos de la deidad que honraban, además tenían un repertorio de verdaderas obras dramáticas.
Las capillas abiertas de los conventos, sirvieron de escenario para las representaciones de los primeros misterios, autos sacramentales y pastorelas.
Para celebrar la epifanía, festividad relacionada con la Navidad, el misionero y escritor políglota, Andrés de Olmos compuso “La Adoración de los Reyes Magos”, fue escrita en idioma náhuatl para facilitar su comprensión y contiene pasajes hechos especialmente para la mentalidad de los indígenas, como el rey Herodes que dice a los mensajeros de los tres reyes: Id a darles la bienvenida; dadles el parabien de su llegada. Haya música, haya baile. Dadles honores, ponedles guirnaldas de flores… Por medio de la música, las danzas y la profusión de flores, el padre Olmos llegó directo al corazón de los indígenas, quienes consideraban estos elementos indispensables para todo festejo.
En México la pastorela pronto experimentó influencias indígenas y elementos de una nueva identidad, que con el paso del tiempo, transformó esta representación hasta convertirla en propia.
Posteriormente los autores profanos hacen composiciones menos apegadas a la tradición religiosa y comienzan a escribir textos con gran contenido popular, en los que se burlan tanto de las autoridades políticas y religiosas como de la sociedad aristocrática.
Ésta es la estructura que usó José Joaquín Fernández de Lizardi para su famosa pastorela “La Noche más Venturosa”, escrita en 1821 y que se volvió un clásico.
El argumento básico consiste en que unos pastores intentan ir a Belén para adorar al Niño Dios recién nacido, pero un grupo de diablos pone toda clase de obstáculos en su camino para impedirlo. Al final vence el bien, Luzbel es derrotado por San Miguel o por un ángel y los pastores entregan regalos para el Santo Niño, lo arrullan y le cantan villancicos. Todos los asistentes besan al Niño y con la tonada de la despedida se acaba la actuación.