“La vivencia de perder lo que apreciamos está omnipresente en nuestras vidas”.
Reflexionando ante esta realidad de nuestra vida, me atrevo decir, que cuando nos privan de algo que hemos tenido, cuando fracasamos en aquello que tiene valor para nosotros, cuando disminuye o se destruye algo importante, aun así cuando recibimos la pérdida de un ser querido a través de la muerte, siendo ésta la más, reconocida socialmente, prácticamente, podemos decir, que; “Todo cambio implica una pérdida, al igual que cualquier pérdida, no es posible si no existe un cambio”.
El aturdimiento, el pánico y la conmoción, ponen de manifiesto la dificultad para asimilar una pérdida que nos cambia y empobrece sicológicamente.
El enfado, la irritabilidad, el resentimiento y la ira, se alzan hacia quienes creemos responsables de la pérdida o hacia aquellos que creemos más afortunados.
Una aparente negación, intentando controlar al máximo las expresiones emocionales en presencia de otras personas, logra que en privado nos invada el dolor y la angustia e incluso trastornos fisiológicos o las punzadas de los sentimientos de culpa.
El apoyo social con el que contamos, puede facilitar o dificultar la aceptación de la pérdida. Los de más, pueden ayudarnos con su apoyo y comprensión y con el tiempo vamos aprendiendo a enfrentarnos a la nueva realidad, aunque el proceso de aceptación de algunas personas, más traumáticas, tiende a durar años e implica la aparición periódica de picos de duelo.
El talante personal puede infligir enormemente en el proceso de esa aceptación de las pérdidas.
Me conmueve y considero, es la fuerza y el apoyo sumamente excepcionales que transmiten personas sometidas a la carga de pérdidas o secuenciales, como en el caso de algunas personas mayores que conozco, para implicarse en la vida y al mismo tiempo que se honra, ama y recuerda a quienes están descansando en la vida eterna. Admiro ese esfuerzo para reinventarse a si mismos, para reconstruir su propio significado y para afrontar con gran fortaleza determinados desafíos vitales con otras posibilidades con un criterio más claro y flexible, abierto a otras posibilidades, a la vez, que sigan siendo dueños de su propia trayectoria, en la que como decía el gran filósofo Edgar Jackson:
“Lo que importa no es lo que la vida te hace, sino lo que tù haces con lo que la vida te hace”.
Monxu.